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Un sentido revitalizado de la solidaridad para proteger e invertir en las personas
Escrito el 04 ene 2021
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A medida que 2020 llega a su fin, invertir en las personas es más importante que nunca, ya que vemos el devastador impacto que la COVID-19 (coronavirus) está teniendo en ellas y en las economías de todo el mundo.
En un reciente informe del Banco Mundial se advierte que, para finales de este año, otros 115 millones de personas podrían haber caído en la pobreza extrema, definida como la situación de quienes viven con menos de USD 1,90 al día. Las personas más pobres y vulnerables de todo el mundo sufren de manera desproporcionada los efectos de la pandemia, ya que pone en peligro su salud, alimentación, educación, seguridad y bienestar para el futuro. Para responder a este reto de manera eficaz, debemos unirnos como nunca antes, a través de un nuevo nivel de acción conjunta y colaborativa para proteger los avances en materia de capital humano obtenidos con tanto esfuerzo.
Muchos Gobiernos están dando prioridad a los esfuerzos para proteger e invertir en su población
En un informe de situación (PDF, en inglés) sobre el Proyecto de Capital Humano se señala que muchos países han hecho fuertes inversiones en las personas tanto antes como durante la pandemia. Aunque se han logrado avances alentadores, queda mucho trabajo por hacer, especialmente cuando la COVID-19 amenaza con hacer desaparecer una década de logros en materia de desarrollo.
A nivel mundial, los niños nacidos antes de la pandemia de COVID-19 podrían esperar alcanzar en promedio solo el 56 % de su productividad potencial como futuros trabajadores. Las pérdidas de productividad futura son especialmente graves en los países de ingreso bajo y mediano, en los que el promedio del Índice de Capital Humano es 37 % y 52 %, respectivamente.
En particular, los desafíos en materia de capital humano en los países de ingreso bajo siguen siendo inmensos : se prevé que solo el 93 % de los niños sobrevivirá hasta los 5 años y que solo el 65 % de ellos no sufrirá retraso del crecimiento; completarán, en promedio, 7,6 años de escolaridad, lo que se traducirá en 4,3 años cuando se ajuste la calidad del aprendizaje, y solamente el 75 % de los niños de 15 años vivirá hasta los 60, lo que supondrá en esos países una reducción de la esperanza de vida de muchas personas.
Estos problemas se ven amplificados por la carga adicional que representa la pandemia de COVID-19, lo que refuerza la necesidad de mayores inversiones en educación, salud, redes de protección social y muchos otros sectores que pueden generar beneficios de capital humano para catalizar una recuperación resiliente.
Y en este sentido, la Asociación Internacional de Fomento (AIF) ha sido la mayor fuente internacional de financiamiento para proteger e invertir en las personas, proporcionando anualmente miles de millones de dólares en apoyo a los más pobres. En la República Democrática del Congo, nos enorgullece apoyar la expansión de la educación primaria gratuita en las zonas más pobres del país. En Níger, hemos apoyado el esfuerzo del país por reducir las diferencias de género, objetivo fundamental de su estrategia de desarrollo social y transición demográfica. Las transferencias de efectivo se están ampliando a través de la AIF en muchos países de todo el mundo, entre ellos Camboya, Etiopía, Madagascar, Mozambique y Sudán. Algunos países, como Honduras, están aprovechando los nuevos registros sociales para llegar mejor a las personas necesitadas. En Myanmar, la AIF ha ayudado a electrificar más de 20 000 instalaciones públicas, en particular escuelas y centros de salud.
Nuestra asociación con países de ingreso mediano a través del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF) los está ayudando a fortalecer sus sistemas y a rediseñar la prestación de servicios para obtener mejores resultados. Por ejemplo, Egipto está poniendo a prueba un seguro médico universal, con protección financiera temporal para los más vulnerables. En muchos países se están ampliando las transferencias de efectivo, y los programas de redes de protección social cubren a más de la mitad de la población en Filipinas, Perú, Serbia y Bolivia.
La pandemia exige una mayor acción conjunta y colaborativa
No faltan ejemplos inspiradores de países que trabajan para proteger los presupuestos, establecer prioridades e innovar a nivel nacional. Es necesario que nos unamos como una sola comunidad internacional, con un sentido revitalizado de la solidaridad en torno a la forma en que abordamos la pandemia y, lo que es más importante, la manera en que trabajamos para prevenir o mitigar crisis futuras. Así como la pandemia no conoce fronteras, nuestros esfuerzos para combatirla —desde un enfoque cooperativo que permita compartir suministros críticos, como las vacunas, hasta una preocupación universal por los desempleados, enfermos o hambrientos— deben trascender a un nuevo nivel de acción conjunta y colaborativa. Proteger a las personas y su capital humano es responsabilidad de todos. Si no lo aceptamos, todos sufriremos las consecuencias durante generaciones.
Es necesario que nos unamos como una sola comunidad internacional, con un sentido revitalizado de la solidaridad en torno a la forma en que abordamos la pandemia y, lo que es más importante, la manera en que trabajamos para prevenir o mitigar crisis futuras.
Nuestro Directorio Ejecutivo aprobó recientemente un paquete de financiamiento de hasta USD 12 000 millones para ayudar a los países en desarrollo a comprar y distribuir vacunas, pruebas y tratamientos relativos a la COVID-19 para sus ciudadanos. Como se sabe, una cosa es tener vacunas en las fábricas y otra muy distinta es hacerlas llegar a todos los que las necesitan, independientemente de dónde estén y de lo que puedan pagar. Una prioridad será asegurarse de que, en los distintos países, funcione la infraestructura necesaria para la distribución de las vacunas, como las cadenas de frío. Con ese fin, el Banco Mundial está evaluando el nivel de preparación en colaboración con Gobiernos y otras organizaciones multilaterales, como la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), y determinar las carencias existentes y las medidas que deben adoptarse.
El Banco Mundial proporcionará financiamiento a los países para la compra y la distribución de las vacunas contra la COVID-19. Esta asistencia se complementará con el apoyo del mecanismo de compromiso anticipado de mercado para la vacuna contra la COVID-19 (CAM COVAX), encabezado por la Alianza Mundial para el Fomento de la Vacunación e Inmunización (GAVI), la OMS y la Coalición para las Innovaciones en Preparación para Epidemias (CEPI). Como prioridad inmediata, junto con los esfuerzos del CAM COVAX, se podría llegar como mínimo al 20 % de la población de los países en desarrollo. También apoyaremos a los países para que gestionen el transporte seguro de las vacunas, el almacenamiento en frío y la prestación del último tramo del servicio a los más vulnerables, entre ellos los ancianos y los trabajadores sanitarios de primera línea.
Debemos apoyar a los países como nunca antes para ayudar a los Gobiernos a priorizar las inversiones en las personas
Estos esfuerzos no son más que una muestra de muchos otros (i) que se han realizado para proteger a las personas e invertir mejor en ellas durante la pandemia. Sin embargo, aunque vamos en la dirección correcta a nivel mundial, no es suficiente en una crisis de esta magnitud.
Para evitar un mayor impacto en las personas, debemos apoyar a los países como nunca antes con financiamiento, creación de capacidad y difusión de conocimientos que ayudarán a los Gobiernos a dar prioridad a las inversiones en las personas y aplicar reformas de políticas que respondan a las necesidades tanto inmediatas como a mediano plazo. Debemos hacerlo especialmente en los países de ingreso bajo y en situación de fragilidad, pero también en los países de ingreso mediano donde vivirá un creciente número de personas pobres con escaso capital humano, lugares en los que los logros obtenidos con tanto esfuerzo corren más peligro.
Confío en que juntos podamos volver a retomar la senda de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, y no solo para evitar profundas pérdidas de capital humano en una generación completa, sino también para ayudar a esta a mejorar sus perspectivas de vida con sistemas de prestación de servicios más sólidos y equitativos.
En un reciente informe del Banco Mundial se advierte que, para finales de este año, otros 115 millones de personas podrían haber caído en la pobreza extrema, definida como la situación de quienes viven con menos de USD 1,90 al día. Las personas más pobres y vulnerables de todo el mundo sufren de manera desproporcionada los efectos de la pandemia, ya que pone en peligro su salud, alimentación, educación, seguridad y bienestar para el futuro. Para responder a este reto de manera eficaz, debemos unirnos como nunca antes, a través de un nuevo nivel de acción conjunta y colaborativa para proteger los avances en materia de capital humano obtenidos con tanto esfuerzo.
Muchos Gobiernos están dando prioridad a los esfuerzos para proteger e invertir en su población
En un informe de situación (PDF, en inglés) sobre el Proyecto de Capital Humano se señala que muchos países han hecho fuertes inversiones en las personas tanto antes como durante la pandemia. Aunque se han logrado avances alentadores, queda mucho trabajo por hacer, especialmente cuando la COVID-19 amenaza con hacer desaparecer una década de logros en materia de desarrollo.
A nivel mundial, los niños nacidos antes de la pandemia de COVID-19 podrían esperar alcanzar en promedio solo el 56 % de su productividad potencial como futuros trabajadores. Las pérdidas de productividad futura son especialmente graves en los países de ingreso bajo y mediano, en los que el promedio del Índice de Capital Humano es 37 % y 52 %, respectivamente.
En particular, los desafíos en materia de capital humano en los países de ingreso bajo siguen siendo inmensos : se prevé que solo el 93 % de los niños sobrevivirá hasta los 5 años y que solo el 65 % de ellos no sufrirá retraso del crecimiento; completarán, en promedio, 7,6 años de escolaridad, lo que se traducirá en 4,3 años cuando se ajuste la calidad del aprendizaje, y solamente el 75 % de los niños de 15 años vivirá hasta los 60, lo que supondrá en esos países una reducción de la esperanza de vida de muchas personas.
Estos problemas se ven amplificados por la carga adicional que representa la pandemia de COVID-19, lo que refuerza la necesidad de mayores inversiones en educación, salud, redes de protección social y muchos otros sectores que pueden generar beneficios de capital humano para catalizar una recuperación resiliente.
Y en este sentido, la Asociación Internacional de Fomento (AIF) ha sido la mayor fuente internacional de financiamiento para proteger e invertir en las personas, proporcionando anualmente miles de millones de dólares en apoyo a los más pobres. En la República Democrática del Congo, nos enorgullece apoyar la expansión de la educación primaria gratuita en las zonas más pobres del país. En Níger, hemos apoyado el esfuerzo del país por reducir las diferencias de género, objetivo fundamental de su estrategia de desarrollo social y transición demográfica. Las transferencias de efectivo se están ampliando a través de la AIF en muchos países de todo el mundo, entre ellos Camboya, Etiopía, Madagascar, Mozambique y Sudán. Algunos países, como Honduras, están aprovechando los nuevos registros sociales para llegar mejor a las personas necesitadas. En Myanmar, la AIF ha ayudado a electrificar más de 20 000 instalaciones públicas, en particular escuelas y centros de salud.
Nuestra asociación con países de ingreso mediano a través del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF) los está ayudando a fortalecer sus sistemas y a rediseñar la prestación de servicios para obtener mejores resultados. Por ejemplo, Egipto está poniendo a prueba un seguro médico universal, con protección financiera temporal para los más vulnerables. En muchos países se están ampliando las transferencias de efectivo, y los programas de redes de protección social cubren a más de la mitad de la población en Filipinas, Perú, Serbia y Bolivia.
La pandemia exige una mayor acción conjunta y colaborativa
No faltan ejemplos inspiradores de países que trabajan para proteger los presupuestos, establecer prioridades e innovar a nivel nacional. Es necesario que nos unamos como una sola comunidad internacional, con un sentido revitalizado de la solidaridad en torno a la forma en que abordamos la pandemia y, lo que es más importante, la manera en que trabajamos para prevenir o mitigar crisis futuras. Así como la pandemia no conoce fronteras, nuestros esfuerzos para combatirla —desde un enfoque cooperativo que permita compartir suministros críticos, como las vacunas, hasta una preocupación universal por los desempleados, enfermos o hambrientos— deben trascender a un nuevo nivel de acción conjunta y colaborativa. Proteger a las personas y su capital humano es responsabilidad de todos. Si no lo aceptamos, todos sufriremos las consecuencias durante generaciones.
Es necesario que nos unamos como una sola comunidad internacional, con un sentido revitalizado de la solidaridad en torno a la forma en que abordamos la pandemia y, lo que es más importante, la manera en que trabajamos para prevenir o mitigar crisis futuras.
Nuestro Directorio Ejecutivo aprobó recientemente un paquete de financiamiento de hasta USD 12 000 millones para ayudar a los países en desarrollo a comprar y distribuir vacunas, pruebas y tratamientos relativos a la COVID-19 para sus ciudadanos. Como se sabe, una cosa es tener vacunas en las fábricas y otra muy distinta es hacerlas llegar a todos los que las necesitan, independientemente de dónde estén y de lo que puedan pagar. Una prioridad será asegurarse de que, en los distintos países, funcione la infraestructura necesaria para la distribución de las vacunas, como las cadenas de frío. Con ese fin, el Banco Mundial está evaluando el nivel de preparación en colaboración con Gobiernos y otras organizaciones multilaterales, como la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), y determinar las carencias existentes y las medidas que deben adoptarse.
El Banco Mundial proporcionará financiamiento a los países para la compra y la distribución de las vacunas contra la COVID-19. Esta asistencia se complementará con el apoyo del mecanismo de compromiso anticipado de mercado para la vacuna contra la COVID-19 (CAM COVAX), encabezado por la Alianza Mundial para el Fomento de la Vacunación e Inmunización (GAVI), la OMS y la Coalición para las Innovaciones en Preparación para Epidemias (CEPI). Como prioridad inmediata, junto con los esfuerzos del CAM COVAX, se podría llegar como mínimo al 20 % de la población de los países en desarrollo. También apoyaremos a los países para que gestionen el transporte seguro de las vacunas, el almacenamiento en frío y la prestación del último tramo del servicio a los más vulnerables, entre ellos los ancianos y los trabajadores sanitarios de primera línea.
Debemos apoyar a los países como nunca antes para ayudar a los Gobiernos a priorizar las inversiones en las personas
Estos esfuerzos no son más que una muestra de muchos otros (i) que se han realizado para proteger a las personas e invertir mejor en ellas durante la pandemia. Sin embargo, aunque vamos en la dirección correcta a nivel mundial, no es suficiente en una crisis de esta magnitud.
Para evitar un mayor impacto en las personas, debemos apoyar a los países como nunca antes con financiamiento, creación de capacidad y difusión de conocimientos que ayudarán a los Gobiernos a dar prioridad a las inversiones en las personas y aplicar reformas de políticas que respondan a las necesidades tanto inmediatas como a mediano plazo. Debemos hacerlo especialmente en los países de ingreso bajo y en situación de fragilidad, pero también en los países de ingreso mediano donde vivirá un creciente número de personas pobres con escaso capital humano, lugares en los que los logros obtenidos con tanto esfuerzo corren más peligro.
Confío en que juntos podamos volver a retomar la senda de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, y no solo para evitar profundas pérdidas de capital humano en una generación completa, sino también para ayudar a esta a mejorar sus perspectivas de vida con sistemas de prestación de servicios más sólidos y equitativos.