Columnista: Oscar Müller Creel

Destino Manifiesto y el dedo sobre el botón

Por Óscar Müller-Creel

 

En 1634 la Bahía de Massachusetts era un territorio inhóspito y en ella fondeó un buque inglés. Las velas se habían arriado, las anclas se sujetaban con firmeza en el suelo marino y, durante una semana, desembarcaron personas y materiales que permitirían a aquellas sobrevivir en ese nuevo e ignoto territorio. Ellos habían sido rechazados de su país natal, por su forma de ejercer el protestantismo, puritanos se llamaban a sí mismos. Su líder era el ministro John Cotton, quien cuatro años antes expresó su pensamiento con las siguientes palabras: “Ninguna nación tiene el derecho de expulsar a otra, si no es por un designio especial del cielo como el que tuvieron los israelitas, a menos que los nativos obraran injustamente con ella. En este caso tendrán derecho a librar, legalmente, una guerra con ellos y a someterlos”. Así, estos colonos llegaban a América, con la idea de ser el pueblo elegido por Dios para llevar su voluntad a los nuevos territorios.

Siglo y medio después, las 13 colonias que los inmigrantes ingleses formaron en América se independizaron, el pensamiento de haber sido un pueblo elegido no se extinguió, por el contrario, cobró más fuerza, y cuando la reciente nación, que se autoproclamó Estados Unidos de América, fue atacada por la nación inglesa, más de tres décadas después de su independencia, luchó con denuedo y expulsó al invasor, lo que logró acentuar, en esa naciente nación, su idea de ser un pueblo elegido.

Veinte años después, ese país buscaba expandirse y dirigió la vista hacia el sur: un territorio que había sido poblado en un inicio por los descendientes de los conquistadores españoles y posteriormente, con la anuencia de México, por ciudadanos de Estados Unidos, entonces conocido como Tejas; hacerlo parte de la nación norteña era una política dirigida y apoyada por muchos en aquel país, fue entonces cuando aquella idea de los primeros colonos, cobró una nueva forma, la Nación Estadounidense tiene ahora un “Destino Manifiesto”, expresó el periodista John L. O’Sullivan, en la revista Democratic Review, quien en aquel verano de 1845 escribía:

“El cumplimiento de nuestro Destino Manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino…”.

Esta idea plantea que EEUU es un pueblo elegido por Dios para llevar su civilización y valores al resto del mundo y no les es creíble que haya quien se oponga a esto. Este destino divino justificó moralmente la guerra contra su vecino del sur y así inició la injusta y desigual invasión a México. Los ejércitos estadounidenses no iban solos, la prensa norteamericana les seguía representada por editores y periodistas que publicaron en las plazas que iban tomando, y en septiembre de 1847, cuando la bandera de barras y estrellas se izó en el Castillo de Chapultepec, inició, en la capital invadida, la publicación de American Star, en cuyas páginas encontramos la justificación de ese abuso del poderoso contra el débil, a través de la idea del “Destino Manifiesto”; el periódico, en su edición del 20 de septiembre de 1847, refería:

“En esta visión sobre la paz justa y honorable están condensados muchos preceptos emanados de la predestinación y del Destino Manifiesto; la justeza de la guerra no se cuestiona sino que es autoevidente, pues descansa en los signos positivos que el cielo ha enviado a través de las victorias sobre el enemigo.”

Una nueva referencia a los principios de Destino Manifiesto y Nación Superior, se expresó en la edición del 2 de febrero de 1848:

“El cielo sonrió por la causa justa; y el carácter de nuestro país ha sido ilustrado por una rápida sucesión de brillantes y sorprendentes victorias. Las hazañas de nuestro ejército han elevado nuestro nacionalismo y enviado una señal al mundo civilizado, en nuestro nombre…”, más adelante, refiriéndose a la nación invadida, menciona: “Si caen bajo nuestro poder, debemos otorgarles las mismas bendiciones de libertad y ley, que nosotros mismos disfrutamos y aquellos anexados a la Unión, como en el caso de Texas, deben participar en el mejor y más libre gobierno sobre la tierra...”.

La Guerra Civil que se dio entre los propios norteamericanos en su territorio, 14 años después, vino a demostrar que el tal “Destino Manifiesto” no es tal, aunque sigue siendo el pretexto y la motivación para invadir naciones e intervenir en sus políticas internas y en su actual presidencia encontramos un fiel representante de esa absurda doctrina.

Ahora Estados Unidos es una nación como muchas en el mundo actual, donde la clase política ha adquirido un protagonismo exacerbado, solo ellos tiene la capacidad de decidir lo que es bueno para la sociedad y la soberbia de los políticos se convierte en un arma muy peligrosa para todos.

El país que se arroga el Destino Manifiesto, no es la excepción y la clase política presenta pocas opciones: de un lado Un millonario que se jacta de haber hecho su fortuna con “habilidad” y ahora es sujeto a juicio penal por haberse considerado que ha cometido delitos y por el otro lado un hombre cuya edad le plantea evidentes limitaciones para ejercer su responsabilidad.

Esas son las opciones del sistema político y en el dedo de uno de ellos estará la posibilidad de pulsar el botón que destruiría a la mitad de los humanos en una guerra nuclear ¿será ese el verdadero destino que Dios le entregó a ese país?

—Oscar Müller Creel es doctor en Derecho, catedrático y conferencista. Puede leer sus columnas en www.oscarmullercreel.com o verlas en YouTube.

Escrito el 2024-07-20 00:19:48
Oscar Müller Creel

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