El Alzheimer es la demencia senil más extendida entre la población mundial. La incidencia de esta enfermedad crece a partir de los 65 años, por lo que el envejecimiento de la población y el aumento en la esperanza de vida media harán que el número de casos aumente en las próximas décadas.
Solo en los Estados Unidos, un diez por ciento de los mayores de 65 años sufre Alzheimer. Este porcentaje aumenta con la edad: entre los 65 y los 74 años, la sufre un 3%; entre los 74 y los 84 años, un 17%; y por encima de los 85 años nos encontramos con un 32% de pacientes.
Esto implica que la búsqueda de tratamientos y soluciones para mejorar las condiciones de los pacientes es cada vez más necesario, además de potenciar e impulsar todas las vías de investigación acerca de las raíces de la enfermedad, y cómo prevenirla.
Un grupo de médicos del MIT (Massachusetts Institute of Technology) ha realizado una serie de experiencias con ratones que se cree que podrían trasladarse y aplicarse a los humanos con el fin de retrasar la progresión de la enfermedad. Se trata de la exposición de los sujetos a luces parpadeantes y a sonidos de baja frecuencia.
Las pruebas han dado como resultado (recalcamos que en ratones, de momento) una especie de «limpieza» a nivel celular de algunas proteínas dañinas que son las causantes del deterioro principal que sufre el paciente de Alzheimer.
Estas pruebas han mostrado que una exposición a la luz y a ondas sonoras con una frecuencia de 40 Hz «refuerza las ondas gamma en el cerebro». El efecto que esto provoca en los ratones es que se aumenta la actividad de las células inmunitarias en el cerebro, de ahí que se eliminen a mayor ritmo las proteínas indeseadas.
El siguiente paso es, como podemos imaginar, empezar las pruebas con sujetos humanos. Para comprobar si esta terapia puede dar los resultados positivos observados en ratones (entre otras cosas, aumentó la supervivencia y la salud de las neuronas de esos animales, se mejoró su conectividad, y también se observó dilatación en los vasos sanguíneos del cerebro), hay que realizar estudios adaptados.
Para ello, se someterá a una docena de pacientes inscritos a sesiones de una hora de luces y sonidos diariamente. Cada tres meses, estos pacientes pasarán unas pruebas cognitivas para valorar cómo es su actividad cerebral y cómo se encuentran sus funciones cerebrales.
Otro grupo de voluntarios, más numeroso, será observado para determinar si la exposición a la luz y el sonido en estas condiciones tiene alguna incidencia en la reducción de los niveles de la proteína amiloide, y si actúan sobre la proteína tau. De ser así, es posible que se esté en el camino de desarrollar una nueva terapia prometedora.
De momento, la cautela es vital. Son muchas las terapias probadas que funcionan en ratones que no se han trasladado con éxito a los humanos. Pero, al menos, se abre un nuevo camino esperanzador.