El Instituto para el Agua, Medio Ambiente y Salud de la Universidad de las Naciones Unidas (ONU) ha analizado por primera vez la efectividad y el costo de las tecnologías que se están utilizando para que su demanda sea obedecida.
En su más reciente dictamen avaló solo la mitad de estas tecnologías como eficientes para retirar esta sustancia tóxica, lenta y silenciosa, tan dañina para la salud.
Cáncer de pulmón, hígado, riñón, próstata o piel y arsenicosis (debilidad muscular y trastornos psicológicos) y lesiones dermatológicas, figuran entre los devastadores efectos y secuelas del consumo de arsénico en el agua que utilizan a diario más de 140 millones de personas en todo el mundo, según cifras de esta instancia.
Vladimir Smakhtin, director de esta universidad de la ONU, denominada INWEH, con sede en Canadá, informó que el estudio de las 23 tecnologías que existen con ese fin busca “ayudar a acelerar la extensa implementación de medidas de mitigación para aliviar y, en último caso, erradicar, la contaminación con arsénico del agua potable en la próxima década”.
Los dos principales autores del estudio, los doctores Yina Shan y Praem Mehta, informaron que la mitad de las tecnologías que se utilizan no eliminan el arsénico “con los estándares” que recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS). Ahora se espera que la ONU precise cuáles de esas tecnologías son las recomendables.
La tecnología que parece ser menos costosa y más efectiva se basa en la electroquímica. Así lo reseña la investigación argentina Eliminación electroquímica de arsénico para el tratamiento de agua de consumo que se remonta al año 2010 y que ha sido actualizada en 2018, según informó a Salud de Acento Héctor Fasoli, director del Laboratorio de Química y Ciencia Ambiental de la Facultad de Ingeniería y Ciencias Agrarias de la Universidad Católica Argentina.
Fasoli es uno de los autores de este trabajo y declaró a Salud de Acento que desde su publicación y hasta ahora se avanzó “bastante en el tema de la eliminación electroquímica de arsénico”, al punto de que el año pasado “hemos presentado una patente de un reactor continuo”, en la cual también están involucrados los profesionales Fernando Yonni y Horacio Álvarez.
La propiedad de la patente la comparten la Universidad Católica Argentina y la Universidad Tecnológica Nacional.
La principal diferencia entre el reactor en lotes o “batch” del 2010, que trata cada vez una determinada cantidad de agua, lo que depende de su tamaño, y el nuevo, patentado en 2018, radica en que este último produce agua “libre” de arsénico de manera constante, a la manera de los filtros domiciliarios, en los que, por lo general, basta abrir el grifo para obtener agua purificada.
El nuevo equipo es pequeño y puede instalarse fácilmente en cualquier lugar de una casa, especialmente en la cocina.
Arsénico orgánico e inorgánico
La OMS recomendó en 2010 que el agua potable tuviese una cantidad máxima de arsénico de 10 microgramos por litro, pero en algunos lugares, incluido Argentina y sus vecinos Chile y Perú, y países del Este europeo, ese límite es superado 30 veces.
Este semimetal inodoro e insípido se encuentra en estado natural (orgánico) en rocas y suelos, y también en diversos productos comestibles como arsénico inorgánico.
El arsénico orgánico -presente en el pescado, por ejemplo- no supone ningún problema para la salud, porque, además de que es escaso en cuanto a microgramos, se expulsa del organismo a través de la orina.
El problema radica en el arsénico orgánico en altas concentraciones y en el inorgánico presente en algunos tipos de arroz, por ejemplo, ya que es capaz de atravesar el intestino y llegar al torrente sanguíneo.
En Alemania, mucho antes de la prohibición de la ONU, las empresas de tratamiento de aguas están obligadas por ley desde 1996 a mantener los niveles exigidos de pureza del agua, pero la presencia de residuos arsénicos industriales es uno de los grandes problemas en esa nación.
Este producto no pierde propiedades con el paso del tiempo. Si ahora Alemania ya no lo usa, existe, por ejemplo, en mares y ríos porque en ese país se fabricaron hasta hace unos años pinturas anticorrosivas para barcos basadas en sustancias arsénicas.
La situación más difundida es la de Bangladesh, donde unos 35 millones de personas consumen agua de pozos con altos índices de arsénico, de las cuales al menos 1,5 millones presentan lesiones cutáneas relacionadas con la presencia en el agua potable de esta sustancia. En China, India y Tailandia la situación no es menos precaria.
Un reporte previo de la ONU menciona a Argentina, Chile y México entre los países en los cuales también se han encontrado “aguas subterráneas contaminadas con arsénico”, en tanto que en Estados Unidos la contaminación del agua es causada por la producción industrial de cobre, plomo y zinc. Y, en todo el mundo, por el uso indiscriminado de insecticidas en la agricultura, lo que asimismo ha sido un factor clave.
También en los libros
En una biblioteca de Odense, a 147 kilómetros al oeste de Copenhague, se descubrió hace unos años libros históricos con restos de arsénico, sustancia presente en tintas, colorantes y otros materiales que se usaban para la encuadernación.
El afamado libro El nombre de la rosa, del escritor, filósofo y profesor italiano Umberto Eco, da cuenta cómo Fray Guillermo de Baskerville, un monje franciscano, y su inseparable discípulo, el novicio Adso de Melk, buscan esclarecer la muerte de un joven monje. Poco después, algunos de sus compañeros también fallecen. Todos ellos tenían algo en común: habían leído la Poética de Aristóteles.
Minuciosas averiguaciones llevarán a los frailes Bakersville y Melk a descubrir que alguien había puesto el potente tóxico en cada una de la hojas, por lo que todos quienes leyeron allí a Aristóteles murieron por ingerir el veneno ya que lamían sus dedos al dar vuelta las páginas.