Columnista:

En México soplan por primera vez vientos de libertad.

Preferible los excesos a la mordaza.

Por Alicia Alarcón

 

En Mexicali, el Monumento de Lázaro Cárdenas (Presidente que expropió el petróleo a beneficio de los mexicanos) lo bañaron con pintura rosada desde la cabeza hasta las pies. En México, la estatua de bronce del Prócer de la Independencia Francisco I. Madero recibió golpes de marro en el rostro y otras partes del cuerpo. Así otros monumentos, lugares históricos y establecimiento comerciales, en varias ciudades, fueron vandalizados por pequeños grupos de mujeres jóvenes durante las marchas multitudinarias que se dieron el pasado 8 de mayo con motivo del Día Internacional de la Mujer.

Para fortuna de las jóvenes que optaron por la violencia para manifestar su repudio ante la ola de crímenes contra las mujeres que se vive y se ha vivido por décadas en México, hoy ese país del sur, es gobernado por un Presidente que ha hecho de la libre expresión y del derecho a disentir, pilares de su gobierno.

En gobiernos anteriores, las marchas y manifestaciones eran infiltradas por agentes encubiertos del gobierno cuya tarea era detectar ¨elementos subversivos.¨ Los arrestos se daban en sus hogares, al salir de la escuela. Cualquier lugar era bueno para arrestarlos y llevarlos a los sótanos de la Secretaría de Gobernación. Ahí eran torturados y a muchos los desaparecían. (El saldo que dejaron los gobiernos anteriores rebasan los 40 mil. Entre ellos figuran miles de jovencitas.

Las encapuchadas pueden estar tranquilas, nadie del gobierno va ir a buscarlas. Lo único que les pidió el el Presidente Andrés Manuel López Obrador fue que sus protestas fueran pacíficas, que no le fueran a tratar de quemar otra vez la puerta del Palacio Presidencial ni tampoco hicieran destrozos. Esta declaración fue suficiente para que un sector de la sociedad mexicana lo acusara de ser indiferente al sufrimiento femenino. ¨Yo nomás les pedí que siguieran el ejemplo de Gandhi y Martin Luther King.¨

Muchos le piden a López Obrador un cese inmediato a la violencia contralas mujeres, como si ésta hubiera empezado el día que asumió la Presidencia. Una amnesia súbita, colectiva cubre, como un manto luctuoso las altas y medianas esferas de la sociedad mexicana. Esperan ahora que un solo hombre resuelva un problema encubado en décadas de corrupción, podredumbre y autoritarismo. Un problema que compete a toda la sociedad resolverlo.

La ola de crímenes de mujeres en México no es un fenómeno nuevo, empezó a fines del sexenio de Carlos de Salinas de Gortari (1988-1994.) En la ciudad fronteriza de Ciudad Juárez se escribió el primer capítulo macabro, de lo que ahora es un grueso libro de 40 mil páginas. Cuando llegó el reporte a Los Pinos, sobre la diaria desaparición de humildes trabajadoras de la maquila, el Presidente de entonces Ernesto Zedillo Ponce de León no consideró ese asunto como una prioridad de su gobierno. La alarma aumentó en la población de Juárez cuando el número de desaparecidas aumentaba cada día y sus cadáveres eran encontrados de manera fortuita en basureros, zanjas, lotes baldíos. Los cuerpos de las jóvenes mostraban señales de haber sido violadas y torturadas antes de su muerte.

A pesar del número de tragedias, el Presidente Zedillo no puso la mayor atención al problema. Estaba muy ocupado en rescatar a los bancos de la ruina financiera. Tampoco los periódicos más importantes de México le dieron los espacios que reclamaban las madres para compartir la tragedia de sus hijas. Lo mismo sucedió con las grandes televisoras que estaban concentrados en lograr una mayor producción de telenovelas y programas de entretenimiento.

Las madres de las muertas de Juárez que llegaron a la capital mexicana a exigir al Presidente justicia para sus hijas, fueron recibidas por un aparato burocrático que no resolvió nada. Las marchas que hicieron no fueron cubiertas por los reflectores de ninguna televisora, ni los micrófonos de las radios más importantes se abrieron para que narraran los detalles de las desapariciones. La respuesta de la sociedad mexicana a los reclamos de un grupo de humildes madres fue el de una cruel indiferencia.

Para las muertas de Juárez, todas muchachas humildes, no hubo grupos feministas de Brujas o Angeles   que organizara una megamarcha para exigir acción inmediata por parte del gobierno a la desaparición de más de 200 trabajadoras. Tampoco se dieron grupos de encapuchadas que exigieran con violencia y destrozos la atención del Presidente a los asesinatos de las jóvenes.

A las muertas de Juárez le siguieron muchas otras muertes y no fue sino hasta que la ola de crímenes llegó a la capital mexicana que la sociedad empezó a poner atención a un problema desbordado que parecía no tener fin. Los medios de comunicación empezaron a denunciar los hechos con títulos abstractos: México Bárbaro; México Bronco. En el periodo presidencial de Felipe Calderón los asesinatos de mujeres al igual que el de los hombres aumentaron de manera alarmante, sin que los dueños de periódicos o representantes del sector empresarial exigieran a Calderón hacer algo parar las masacres que se daban a diario.

Ahora todo es distinto, con la libertad de expresión que se vive en México, columnistas de importantes diarios en México, conductores de programas de televisión, hasta periódicos (El País) y periodistas extranjeros critican al Presidente, lo satanizan y le exigen resultados inmediatos. A esos reclamos se han sumado y algunos you tubers y reporteros de medios alternativos que cubren la Mañanera (conferencia que da a diario AMLO en el Palacio Nacional). Todos esperan que un solo hombre resuelva un problema encubado en décadas de corrupción, podredumbre y autoritarismo. Todos los días le llueven críticas y hasta amenazas . Todo eso es preferible a regresar a la época oscura de la mordaza y la represión. La época en que una crítica o denuncia contra el Presidente equivalía a perder la libertad y en ocasiones hasta la vida.

Escrito el 2020-03-11 02:54:21